Ed. Marcial Pons, 96 pp. (2020)
Tal como decía Edgar Allan Poe, los buenos cuentos se leen de un tirón. Nuestra propuesta no es un cuento pero arranca al uso (“Érase una vez un rey muy poderoso…”) envolviéndonos en un relato perfectamente hilvanado. La portada del libro ya nos ilustra cual es el nervio narrativo. Este no es otro que un famoso cuento, el del molinero que se opuso a la voluntad regia –¡nada menos que de Federico el Grande de Prusia!- de hacer desaparecer su molesto molino. Frente a ese deseo arbitrario el buen Mühlenbesitzer acudió por indicación del mismo monarca a los Tribunales (“Para eso hay jueces en Berlín”) y ganó. El cuento, como tal un relato de ficción, fue adquiriendo popularidad y su difusión pasaría a servir como lema del control judicial del poder.
Un poder que por entonces está en manos de reyes absolutistas. En Inglaterra el conflicto entre realistas y parlamentarios culminará a favor de los segundos con la Revolución Gloriosa de 1688. En la Europa continental habrá que esperar a la Revolución Francesa para dar el adiós definitivo a la máxima rex legibus solutus. Como es bien sabido en ambos países habrá un idéntico y trágico final: la decapitación de las testas coronadas. Los juicios –ya no estamos en el cuento- de Carlos I de Inglaterra y Luis XVI son narrados en las primera mitad de la obra de manera trepidante, pero aún más lo son los hechos anteriores del famoso Antonio Pérez, burócrata de Felipe II y posterior propagador de la leyenda negra.
En la segunda parte del libro, a partir de los referidos antecedentes históricos, es donde se plantean unas muy pertinentes observaciones sobre el poder del Estado y su control. Y es entonces cuando el autor, tras mantenernos en vilo, nos cuenta la verdad del caso del molinero. Animo al lector/a a que la descubra. Marc Tarrés
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