Página Indómita, 128 pp. (2024)
Página Indómita ha publicado este otoño un breve ensayo de Raymond Aron en el que este importante filósofo y politólogo francés expone sus discrepancias con el pensamiento del economista austríaco Friedrich Hayek. El texto de Aron va precedido de un prólogo de Gwendal Châton que ocupa más de la mitad del volumen y que merece ser leído con atención, pues permite adentrarse con mayor profundidad en las ideas de ambos pensadores y en las grandes diferencias que les separan.
Para el liberalismo puro, tal como lo concibe Hayek, lo fundamental es proteger la libertad de los ciudadanos de la coerción del Estado y las mayorías políticas. Hayek entiende por coerción la obligación de obedecer cualquier mandato que no sea el de las leyes comunes, pues estas imponen unos límites iguales para todos, incluidos los gobernantes, mientras que las decisiones particulares de los hombres que ejercen el poder implican siempre una restricción arbitraria de la libertad individual. Para preservar el valor supremo de esta libertad, Hayek confía en la autonomía del mercado y en una democracia que considere la limitación del poder político como su principal razón de ser, lo cual le lleva a criticar a los «demócratas dogmáticos», que entienden el liberalismo como la libertad política de imponer las opiniones de las mayorías. En este sentido, defiende que la idea de liberalismo que él representa es más amiga de la democracia porque busca evitar que esta se acabe malogrando.
Muy distinto es el punto de vista de Aron, quien definiéndose también como liberal, constata que en las sociedades industriales la democracia parece conducir necesariamente a una forma de socialismo. En este marco político, los gobernantes elegidos representan siempre a determinados grupos de interés y entiende que «el sistema de competición pacífica de grupos organizados» es la única forma que puede tener una sociedad libre. En opinión de Aron, cuando Hayek define la libertad como ausencia de coerción parece ignorar que las empresas colectivas obligan forzosamente a instrumentalizar a ciertos grupos de individuos (trabajadores, soldados, etc.) sin que por ello se vean a sí mismos como oprimidos.
Nada tan actual como lo que enfrentó, en los años sesenta del pasado siglo, las posiciones de Hayek y Aron. La pugna entre una idea de democracia según la cual la voluntad de la mayoría puede imponer su autoridad sobre todo el conjunto social procediendo a un intervencionismo político y económico que convierte al Estado en una entidad todopoderosa, y una idea de democracia en la que la libertad de mercado se considera esencial para garantizar todas las demás libertades y en la que se procura limitar al máximo la intromisión del Estado en la vida de los ciudadanos, parece presagiar en nuestros tiempos una división irreconciliable entre dos formas de entender la democracia que cada vez se muestran más incompatibles.
Ferran Toutain
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