Tecnos, 322 pp. (2024).
En 1916 Rafael Cansinos Assens, lamentablemente un autor hoy un tanto olvidado, reúne, por primera vez, bajo el título provocador de Obras festivas y escabrosas sus propias traducciones de algunos textos literarios de Maquiavelo que hasta entonces resultaban inéditos en español. El volumen -publicado en 1926 con el título más sagaz de Obras escabrosas – incluye tres comedias y un cuento, el único que compuso el Secretario florentino. La mandrágora, unánimemente considerada como el instrumento dramático más perfecto del Renacimiento italiano; La Celestina, una comedia de tonos ligeros, compuesta por Maquiavelo cuando todavía ocupaba su cargo en la corte de los Médici y cuya autoría, sin embargo, es hoy objeto de disputas filológicas que pretenden atribuirla a Filippo Strozzi (el destinatario del célebre Arte de la guerra); El Padre Alberico, reescritura gélida de la Mandrágora, obra en realidad de Anton Francesco Grazzini (llamado el Lasca), cofundador de la Academia de la Crusca, y que, por su erótica glacial y por su anticlericalismo, fue atribuida a Maquiavelo hasta 1886; y, por último, El archidiablo Belfegor, un relato donde el autor le da la vuelta al mundo enloquecido de la Mandrágora y del Príncipe, oponiendo a una Florencia dominada por el desorden y la corrupción, un infierno perfectamente ordenado y regido por un sabio Plutón.
Las cuatro obras aparecen ahora nuevamente publicadas en la reconocida colección Clásicos del Pensamiento de editorial Tecnos. Tal como Annalisa Mirizio defiende en su estudio introductorio, el volumen de Cansinos Assens revela que la práctica literaria no representó en absoluto para el autor de Il Principe un consuelo tras ser apartado de la política, ni una renuncia a los ideales políticos, ni una fuga de las limitaciones factuales del género historiográfico. Al contrario, como intuyó Cansinos, Maquiavelo experimentó, antes como comediógrafo, lo que después razonó como historiador porque halló en la ficción literaria un espacio de análisis sobre la imprevisibilidad de las acciones humanas y sus resultados, un territorio donde el pensador pudo poner a trabajar simultáneamente fantasía y razón, y el único lugar donde el político lograba liberarse de las exigencias del realismo y ordenar la Historia, remediando a los ímpetus de la Fortuna, aunque solo fuera en un sueño infernal.
Marc Tarrés
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